Los dos iconos de los
sesenta compartían, de algún modo, un objetivo, definido por Lennon en
Imagine:”Un mundo sin religiones, sin posesiones, sin países, una hermandad de
los hombres”
Pero el método para llegar a
ese sueño, a esa utopía, era muy distinto para John que para el Che. Eran
prácticamente caminos opuestos. John pedía “el poder a la gente” y el Che
quería formar una vanguardia revolucionaria. John decía “Todos queremos la
revolución, pero si hablas de destrucción, no cuentes conmigo.” El Che promovía
“muchas guerras, muchos Vietnams” y el surgimiento del “Hombre Nuevo” a través
de la destrucción del enemigo y la toma del poder. Lennon quería un mundo de
personas libres, el Che una “dictadura del proletariado” regida por una elite
de militantes de clase media como él y Fidel (y sus seguidores en la Argentina,
también de clase media alta, como Firmenich, Galimberti o Santucho.)
Lennon quería que esa
hermandad, ese “poder de la gente” fuera a través de “la guerrilla de la mente,
cantando el mantra, ´Paz en la tierra´”. Quería que la revolución fuera a
través de un cambio de conciencia, porque no hay revolución sin conciencias
nuevas, basadas en el amor, decía. El Che, en cambio, estaba seguro de que no
habrá hombre nuevo, no habrá cambio de conciencia, sin la Revolución que
imponga esos cambios.
Ambas utopías resultaron
complicadas, vistas desde hoy, 45 años después. La revolución fracasó en el
mundo entero, con un enorme costo de vidas. El único lugar en el que triunfó,
una pequeña isla del Caribe, quedó para siempre en manos de esa vanguardia que
prohibió Los Beatles, persiguió a los homosexuales y a los escritores
disidentes, y desembocó en una especie de monarquía familiar, en la que se
pasan el poder entre hermanos. Otras revoluciones bien intencionadas también terminaron
en regímenes familiares, como en Corea del Norte y algunos países árabes, o en
dictaduras salvajes como las que dejaron las guerras de liberación anticolonial
en Africa. Lo que se ve en todos estos casos es el culto a la personalidad del
líder infalible, la concentración del poder, el control de la prensa, etc. Nada
que ver con el hombre nuevo.
Por otro lado, el cambio de
conciencia planetario promovido por los pacifistas de los sesenta, entre ellos Lennon
(y yo) no parece haber llegado muy lejos. Es verdad que por lo menos no tuvo -como
decía Allen Ginsberg- “la muerte como consecuencia”. Pero, a partir de los
setenta se fue aislando en grupos con objetivos específicos, como la lucha
ambiental (Greenpeace, entre muchas organizaciones), la defensa de los derechos
humanos (Amnesty International), de los pueblos indígenas, de la alimentación
natural y orgánica, de las medicinas alternativas, de las comunidades
agrícolas, etc. La mayoría de estos movimientos
fueron creados por hippies de los sesenta, los que cantaban las
canciones de Lennon y repetían “Dale una oportunidad a la paz”.
En estos tiempos el Che y
Lennon no son mucho más que una remera y una celebración anual, películas y
libros para explotar el mito.
Sin embargo, hoy en
Latinoamérica hay muchos “hijos del Che” que quieren darle una oportunidad a la
paz y el poder a la gente. Lideres políticos que participaron en las guerrillas
o la lucha armada de los setenta, que fueron detenidos y torturados por las
dictaduras militares, y que hoy son activos promotores de la democracia y la
igualdad de oportunidades. Michele Bachelet, Dilma Rouseff y el Pepe Mujica
sufrieron en carne propia la represión que arrasó los focos revolucionarios
imaginados por el Che, y hoy gobiernan o gobernaron sus países por la vía
electoral y creen firmemente en el cambio democrático evolutivo, un cambio que se dá de a poco, junto con la
sociedad. Esos ex guerrilleros ya no necesitan la parafernalia “revolucionaria”
de los setenta, y se han acercado, de alguna manera, a la visión de Lennon de
un cambio en paz, “empujando las barreras, plantando las semillas. con fé en el
futuro que nace de hoy …”
Como escribí hace muchos
años en una nota en Página 12: Papá ha muerto, El Che y Lennon están muertos. Pero nosotros estamos vivos, y
podemos crear un mundo diferente paso a paso, sin milagros ni lideres
infalibles, con el poder de la gente. El cambio gradual es menos romántico,
pero otro mundo es posible.