Publicada hace años en la revista de Musimundo,MIX (1996)
A NOSOTROS LOS PIBES NOS DAN
UNA OPORTUNIDAD
(por Pipo Lernoud)
A Patricio Rey y sus Redonditos
de Ricota no parece conmoverlos el subibaja de las listas de éxitos, sino el
público que viaja de una punta a otra del país para asistir a sus conciertos,
rituales multitudinarios, siempre fuera de la Capital. Su nuevo disco se llama
Luzbelito, tiene una tapa exquisitamente trabajada por el artista
"oficial" de los Redondos, el Mono Cohen, que pinta oscuros panoramas
musicales de un fin de siglo que ya está aquí, cerca. Los últimos recitales
significaron la invasión pacífica de miles de jóvenes a un pueblo de Santa Fe,
San Carlos, y las reuniones ardientes en una discoteca de Mar del Plata, a
fines de octubre.
En casa del guitarrista Skay y la manager Poli, en una calle tranquila de
Palermo Viejo, quien responde a las preguntas en un anochecer de primavera es
el cantante del grupo, Carlos "Indio" Solari, tan locuaz y certero
como siempre.
¿De qué infiernos nos habla Luzbelito?
Parte del concepto de Luzbelito es que hay una serie de mentiras
institucionales que tratan de resolver el problema moderno, tratan de
convencernos de su versión de la realidad. Nos quieren hacer creer que lo que
dicen los medios de comunicación es la realidad, cuando se trata de una
ficción. El noticiero inventa la realidad, no la refleja. Estamos sujetos
permanentemente al capricho de los poderosos, de los reducidores de cabezas de
los medios de comunicación.
Hay que hablar de la realidad como es, como la vivimos, aunque no es necesario
escribir siempre en primera persona. Sería muy monótono y muy estúpido. Los
personajes que yo pongo en las canciones son partes mías. Para no hablar
siempre en primera persona uno hace aparecer estos personajes: Zippo,
Luzbelito, el perro Bobi. Pero las miserias del perro Bobi son mías y tuyas.
Cuando en el escenario canto esa canción que dice: "Cuanto más alto trepa
el monito, así es la vida el culo mas se le ve", me golpeo mi propio culo,
porque el monito también soy yo. ¿Cómo poder reconocer la miseria afuera si uno
no es también un miserable?
Luzbelito no es algo de afuera, un mal que viene de afuera a atacarnos.
Luzbelito es el conjunto de nuestras propias miserias. Está cargado de nuestra
psiquis, de nuestros sentimientos, de los dolores de nuestro espíritu.
La función de un tipo que escribe es zambullirse, sumergirse en la vida y desde
allí hablar. Si no hubiera habido esta cultura rock que me asaltó a mí, un tipo
de clase media, y que me embadurnó de los mejor y lo peor, no podría estar hoy
escribiendo canciones.
Y cuando digo una canción sobre el escenario siento que los chicos saben de que
estoy hablando. Cuando hago una canción de amor, no es el amor edulcorado de un
cantante de baladas, es el amor sujeto a mil bajezas que conocemos todos, un
amor sujeto a celos, a engaños. Se trata, todo el tiempo, de reflejar la manera
en que uno ha vivido esas pasiones.
Toda esta farsa moderna está basada en nuestra incomprensión de la naturaleza
humana, de la condición del hombre. Zippo habla de eso cuando dice: "Somos
todos hijos de multivioladores muertos. Los hijos de puta no descansan
nunca." Eso es lo que somos todos.
¿Cómo se ubica Luzbelito al borde del fin de siglo?
Yo me pregunto: ¿por qué fue potente la cultura rock? Porque hemos estado
olfateando en el tacho de basura de la sociedad y hemos visto que no todo era
como se lo mostraba. Hemos sido irónicos y escépticos, hemos roto los límites
de las reglas de urbanidad de una sociedad. Somos gente tallada por
experiencias que nos permiten aceptar los cambios que se vienen sin zozobrar.
Sospechamos estos cambios que se vienen desde mucho tiempo antes de que salgan
en las revistas de actualidad.
Hoy la sensación es que no queda mucho tiempo. Yo creo que estamos en el umbral
de una transferencia cultural muy grande. Estamos casi flotando en el
ciberespacio, la biotecnología, esas cosas que van a producir un cambio muy
radical en la manera de ver la vida. Esa sensación aparece en nuestro último
álbum con ese Luzbelito que aparece en el escenario digital, en una de las
estampas.
Este año los Redondos cumplen dos décadas de trayectoria. ¿Se siente
unos privilegiados por esta vigencia?
A nosotros, con la banda, nos ha ido bien. Somos independientes, hemos
llegado a grabar como queremos y cuando queremos, hemos logrado una situación
privilegiada. Pero estás hablando con alguien que, a pesar de ser un
privilegiado, tiene hormigas en el culo, tiene ganas de vivir, de que aparezcan
nuevas incógnitas a resolver.
Cuando empezamos con esto, la ambición que teníamos los rockers era encontrar
la novedad, enfrentarnos con incógnitas, vernos obligados a mudar de dogmas.
Por primera vez estamos nuevamente en esa situación, estamos en pelotas, sin
saber lo que vendrá después.
Por un lado, estos cambios pueden producir el final de eso en lo que uno ha
estado metido, que es la cultura rock, sin duda el fenómeno más significativo
del siglo. El rock, por primera vez, logró una modificación de los prejuicios
compartidos por la sociedad, una modificación producida por los jóvenes.
Pero el rock no es más que otro corralito. De hecho, uno de los slogans que
teníamos los Redondos hace años decía: "Saltando por encima de los
decorados del rock". Hasta los mismos rockers queríamos saltar por encima
de una cultura que te limita, que te empieza a describir de tal manera que las
sorpresas se acaban. Todo el ajo, todo el sabor que había cuando estábamos
arriesgando, probando, experimentando, empezó a desaparecer.
Y ahora de nuevo tenemos esa liberación de estar en el umbral de algo
desconocido. Ahora tiene que venir algo diferente.
¿Y dónde ves los síntomas de lo que se viene?
En esta época de cambios y dudas, en la que uno no sabe que es lo que
vendrá, prefiero prestarle oídos a esos chicos que tiene metidas dentro de
ellos las noticias del futuro. Uno puede contarles su experiencia, pero ya
sabemos que la experiencia es intransferible. Nosotros siempre nos hemos cagado
en aquellos que nos vienen a enseñar su experiencia. Seamos sinceros: hoy en
día nos seguimos cagando en la fórmula de vivir de acuerdo a la cultura
vigente.
Hay una pulsión que yo sigo reconociendo como propia. Los chicos que nos van a
ver a nosotros son esos chicos, no son los tipos de nuestra generación. Y hay
una energía latiendo ahí, hay una necesidad: la de participar de esta especie
de epopeya, que se parece a los viejos festivales de Lobos, a Woodstock. Pero
no es Woodstock ni nada por el estilo. Es algo inédito, una cosa nueva que
generan ellos.
El respeto que uno tiene por los jóvenes es un respeto temporal, tal vez
crezcan y cambien. El respeto por su capacidad de indignación es tal vez
pasajero. Porque en este momento no tienen compromisos, no tienen transas
hechas con el medio y entonces todavía son heroicos, son valientes, y dicen lo
que no les gusta del mundo en voz alta.
Todo eso ya nos pasó a nosotros. Es lo mismo.
¿Cuál es la función de un grupo como Los Redondos en esa epopeya?
Los Redondos tenemos en claro que no somos más que una excusa de los
chicos. Con nosotros pasa algo que no terminamos de entender, pero somos una
excusa de los chicos para reunirse, para ponerse en un cierto estado de ánimo.
Vos fijate lo que pasa en estos recitales que hacemos en los pueblos. Nosotros
sólo tocamos un par de horas en la noche. Pero una semana antes hay grupos de
chicos que van y se instalan en esos pueblos que ni siquiera son lugares
turísticos. De esos tres días que están en el pueblo, son apenas seis horas las
que nosotros estamos sobre el escenario.
Por eso cuando te ves pintado en una remera o a lo mejor se te acerca un pibe y
te dice "maestro", en el fondo te están diciendo: "Vos sos un
símbolo siempre y cuando yo compre tu compact y te permita seguir grabando tus
canciones". En esta época el músico ya no tiene el rol casi mesiánico de
los 70. Hoy en día vos sos importante en tanto y en cuando formás parte de la
imaginería que les sirve, y la remera puede ser del Che Guevara, puede ser del
Indio Solari, puede ser de Luca Prodan... pero no somos más que un símbolo que
ellos se apropian y manejan a su manera.
Si los grandes pensadores no entienden lo que está pasando en el mundo, ¿cómo
vamos a pretender que chicos de quince o veinte años lo entiendan?
Lo que tienen los chicos es esa misma indignación que teníamos nosotros cuando
empezamos esto. Pero además, hoy hay una rabia que nosotros no teníamos. Y un
público rabioso te tolera porque vos no hacés fantasmas con la imagen. No
porque vos le estés marcando un norte, un camino, una línea de acción clara.
Por eso el último grito de Luzbelito es : "Nene, a partir de ahora esto
está en tus manos".
¿Cómo son esos recitales en los pueblos?
En un recital de Los Redondos pasa de todo. Se hace el amor, viene gente
con sus hijos pequeños, se forman amistades eternas. Si uno quisiera controlar
lo que pasa, no podría. Uno terminaría teniendo actitudes temerosas, porque un
recital de los Redondos es una caldera del diablo. Y eso es más potente que lo
que nosotros generamos, y uno es deudor de eso. Nosotros, a la edad que
tenemos, podríamos estar pensando en que los chicos no corran peligro, porque
ves a los pibes trepados por todos lados y te impresiona. Pero son las mismas
cosas que nosotros hicimos cuando teníamos diecisiete años.
Hay algo que uno dice con cierto pudor: nosotros somos de clase media,
originalmente nuestro público era casi intelectual. Y ahora son pibes que
vienen de lugares totalmente desangelados, lugares del conurbano en los que la
gente está abandonada a su suerte. ¿Quién soy yo para determinar cuál debe ser
el comportamiento de esos chicos? Lo que a mí me fascina es que hayan elegido
la banda en la que yo estoy como pivote para que esa energía circule. Y ojo,
que no estoy tratando de sacralizar el asunto. Estoy describiendo lo que es.
Nosotros no somos tan poderoso como la gente cree. Yo estoy muy orgulloso de
las canciones, pero sobre todo estoy muy agradecido de que nos haya elegido esa
gente que viene de lugares muy duros, de Lugano I y II, de Laferrere... La
fuerza y el sabor lo tienen ellos. Gracias a Dios uno elucubra unas historias
en las que los personajes se parecen de alguna manera a los que ellos quieren
cantar a los gritos todo el recital.
A nosotros no nos van a pedir que sonemos "rudo". Ellos son rudos. No
necesitan disfrazarse de nada ni demostrar nada. Su vida es muy dura, muy
jodida y han elegido a unos veteranos como nosotros por algún motivo que me
supera ampliamente, y que supera mi poca experiencia de tipo de la clase media
que ha hecho una banda de rock and roll y le ha ido bastante bien.
Pero los Redondos ya son más que una banda de rock and roll.
Nunca hubo una corporación detrás de nosotros convenciendo a la gente de
que nos compre y que nos escuche. Es una elección de ellos, y ellos saben que
son los dueños.
Muchas veces nos adjudican un poder sobre la gente que en realidad no tenemos.
A nosotros nos dan un permiso, nos dan la oportunidad por ejemplo, de hacer un
álbum como este que terminamos ahora, que no tiene nada de la música cruda de
guitarras que se supone es nuestra marca de fábrica. Estamos permitidos por
nuestro público.
A veces algunos perspicaces dicen que somos tres tipos que hace veinticinco
años imaginamos una manera exitosa de ser famosos. Suponen que nos reunimos e
hicimos un plan: "No hagamos prensa porque entonces conservamos el misterio,
no vayamos a la televisión para crear la incógnita..." ¡Eso es una
boludez! ¿Cómo vas a pensar que somos tan geniales y tan maquiavélicos?
Lo que pasa es que uno mamó una cultura y no tolera ciertas cosas. Yo siempre
digo lo mismo: A mí me gusta jugar al flipper pero no me gusta ser la pelotita.
Si te exponés a través de los medios te transformás en la pelotita, y eso a mí
no me interesa.
Los Redondos siguen produciendo sus propios discos y sus propios
espectáculos, después de veinte años.
Antes, parecía que nadie, siendo independiente iba a llegar más allá de los
pequeños boliches y los circuitos limitados de venta. Parecía un límite
insuperable. Y nosotros éramos los mimados de todos los periodistas que nos
consideraban una banda de "culto". Pero cuando vos ya empezás a
aparecer en las ligas mayores, ahí se arma el bolonqui. Porque empezás a ser un
modelo diferente.
Se trata de tres cabezones que dicen: "Vamos a ver si no se puede. Si vos
hacés buenas canciones, si presentás las cosas que le duelen a la gente, si lo
que decías está vigente, ¿por qué no se puede?"
Entonces aparecen las zancadillas que el medio te empieza a hacer. Todo el
mundo piensa que es muy fácil: simplemente la gente te quiere y vendés discos.
Pero no es así. Vos le tocás el culo a mucha gente, con una actitud como esta,
si te va bien. Hoy estamos hablando de los Redondos porque les fue bien. Si no,
sería una de tantas bandas que lo intentaron y no lo lograron, y nadie se
acuerda más.
Pero los Redondos coquetearon en las ligas mayores desde la total
independencia. Y sabemos que eso es envidiable, porque la total independencia
te permite hacer cosas que cualquier músico atesoraría: grabar cuando querés,
como querés y lo que querés. Y envolverlo como se te da la gana. Y hacer estadios
llenos sin necesidad de recurrir a nadie, sólo vos y tu público.
No es ninguna cosa rara, ningún geroísmo. Es una cuestión de ser
suficientemente cabezadura para hacer lo que uno siempre quiso, y no perder la
libertad.
¿Los Redondos graban los discos pensando en cómo van a sonar en los
conciertos?
Para nosotros una cosa es el disco y otra el vivo. De pronto en el disco
Skay mete tres violas diferentes en un tema, y en vivo hace una síntesis de eso
con la viola sola. Con todo lo que se nos ocurre en el estudio, necesitaríamos
otro violero y probablemente otro teclado. Pero el vivo es algo diferente.
En vivo uno está confirmando, dando vida a esa música con su transpiración y su
excitación y muchas veces mejora porque se hace más cruda. Además vos representás
las letras, las subrayás con los gestos, les das vida.
Todo el enigma desemboca en ese lugar: el escenario. El escenario es la
frutilla de este postre. Vos te hacés cargo de tus canciones con tu
gestualidad, con tu capacidad expresiva, subido en ese lugar siempre nuevo,
maravilloso y curativo. Ese lugar para mi es lo más grande que hay en la vida.
Es donde me siento más cómodo en el mundo. Esa sensación es algo que está con
uno y uno no sabe por qué.
Podés estar con diarrea, con dolor de muelas, pero subis al escenario y durante
esas dos horas, desaparece todo. Después bajás del escenario y tenés una horita
de aterrizaje y entonces vuelven el dolor de muelas o la diarrea.
Quizás haya una especie de poder. Pero no es que vos seas poderoso, es el poder
de confirmar tu propio viaje, tus visiones. Confirmarlo con una manera de
moverte, de desplazarte, de agarrar el micrófono. Vos estás teatralizando tu
propio drama. No con posturas pensadas o coreografías ensayadas. Sólo con
gestos cargados de emoción. El escenario es el mejor lugar del mundo. Ahí se ve
más claro lo que tu corazón quiso decir, y una canción de rock and roll no
termina hasta que se representa y se vive sobre un escenario.