martes, 22 de mayo de 2012

FELICES 70, BOB!!!


Lo que Dylan me dijo al oido en el 65/66, tuve que vivir todo este tiempo para corroborarlo.

Dylan ha sido el padre de todos nosostros. Inspiró a Morís en la pensión del bajo para componer “El Abuelito” que después se llamaría “Escuchame entre el ruido” en el 66.
Poco después yo le traducía y adaptaba las letras de Dylan a Tanguito, que no tenía discos y había escuchado poco y nada de sus canciones, pero sabía lo necesario. “Johnny está en el sótano preparando la medicina y yo estoy en la calle…” Y Tanguito le improvisaba el final “estoy en la calle protestando,” –hacia un silencio- “protestando contra usted…” Los cambios me escandalizaban porque Dylan jamás hubiera dicho “protestando”, pero era la verdad, estabamos en la calle, y estabamios protestando. Y despues comprendi que de eso se trataba Bob, de lo que sucede en este momento, de la verdad en crudo. Aquella era la versión de Subterranean Homesick Blues, el primer rap dylaniano ametrallado en una guitarra destruida, deletreado a la criolla por un vagabundo incurable en una reprimida y asustada ciudad del sur.
Dylan estaba “allá”, en el pais de la libertad, luchando sus propias luchas. Estaba allá, con apenas 24 años, dando permiso para ser real. Lennon ya lo había dicho: “Dylan nos mostró el camino”.
“It´s all right ma” nos había atravesado a todos con su catarata de verdades y ya no había vuelta atrás. Después de que entendiste Dylan, no hay vuelta atrás.
En el país de la gomina y el pantalón planchado, bajo la mirada adusta de “la morsa” Onganía, Dylan nos había llevado hasta el otro lado del espejo.
Yo tardé cuarenta años en profundizar las canciones, pero al mismo tiempo todos las entendimos completamente en ese mismo instante. Eran frases vocalizadas (o mejor dicho disparadas) en una tarde, en discos grabados en pocas horas (Su primer disco costó 400 dolares de gastos de grabación y se hizo en seis horas) Sus discos posteriores, algunos de los cuales son considerados los más importantes de la historia del rock (Bringing it all back home, Highway 61 Revisisted, etc), fueron grabados en una o dos tomas sin sobre-grabaciones ni trucos, con la banda tocando en vivo en el estudio. Hace poco, en referencia a su técnica de grabación en tiempos de hipertecnología, dijo burlonamente: “En mis últimos discos yo quería lograr algo que atravesara la tecnología y saliera del otro lado antes de que la tecnología se diera cuenta”.
Ese fue el Dylan que nos impactó en el 66 y ese sigue siendo el Dylan que vamos a ver en Velez…Con esas canciones le cambió la vida a Silvio y le cambió la vida a Serrat, le cambió la vida a León y le cambio la vida a Caetano, le cambio la vida a nuestro Charly y a John y Paul, y a todos los otros que en el mundo han sido, una lista que sería interminable pero incluye a Bono, Lou Reed, Patty Smith, Jagger, Sting y todos los hijos y los nietos del rock hasta hoy y para siempre.

EL PROFETA DESPIERTA
En el colegio Dylan tocaba rock and roll, admiraba a Chuck Berry y Jerry Lee Lewis, usaba jopo. Pero cuando empezó a escuchar a los viejos bluseros y a cantantes de folk como Woody Guthrie, sintió que tenía que cambiar El mismo lo dijo:“‘Tutti frutti’ y ‘Zapatos de gamuza azul’ tienen mucha energía y ritmo poderoso, pero las canciones folk dicen más. Tienen más desesperación, más tristeza, más fe en lo sobrenatural, sentimientos más profundos. La vida esta llena de complejidades, y el rock and roll no las reflejaba cabalmente en esa época.”
Fue así como a los veinte años (1962) a poco de llegar a Nueva York y editar su primer disco de folk, compuso “Soplando en el viento” . La canción se convertiría en el himno del movimiento pacifista contra la guerra de Vietnam y el movimiento de los derechos civiles por la igualdad racial. Al poco tiempo se sintío atrapado por el papel de profeta o portavoz generacional en el que quisieron ponerlo después de sus otros himnos “Dueños de la guerra”y “Los tiempos están cambiando”. Entonces escribió la extaordinaria “My back pages” en la que dice que hoy se siente más joven que ayer, que era más viejo cuando veia el mundo dividido en buenos y malos, cuando “dije mentiras como que la vida es blanco o negro, soñé románticamente con mosqueteros, pero me dí cuenta de que me vuelvo mi propio enemigo en el momento en el que empiezo a predicar”. Era un mensaje claro para los militantes políticos de la época. En “Todo lo que realmente quiero hacer” pone al desnudo las trampas en las relaciones humanas, con la esperanza de encontrar una nueva libertad: “No quiero simplificarte, clasificarte, analizarte o categorizarte. No quiero que sientas lo que yo siento, veas como yo o seas como yo. Lo único que quiero es ser tu amigo.”

EN UN MAR EMBRAVECIDO
Jerry García, de los Grateful Dead, dijo una vez: “Para nosotros grabar discos es como construir un barco dentro de una botella, una tarea meticulosa y agotadora. En cambio, tocar en vivo es como tripular un barco real, que puede suceder en una tormenta furiosa o en un día de sol radiante, con viento de popa. Todos los marineros trabajando juntos y dependiendo uno del otro para sobrevivir y brillar”. En el caso de Dylan, Siempre está en alta mar, con las olas rompiendo alrededor, improvisando cambios de rumbo y con un constante arriar e izar velas para aprovechar el viento y barrenar las olas. Así ha grabado sus discos, inventando sobre la marcha, y así han sido sus conciertos por más de cuarenta años
Escuchar esos discos grabados tan sencillamente es como escuchar Jimmy Hendrix en un Winco monoaural: Si estás “copado y colocado” no te perdés nada. Escuchándolo a través de los años, no encontré nada nuevo, pero al mismo tiempo es como si lo que dice tuviera nuevas lecturas, aplicaciones actuales, facetas insólitas. Lo que Dylan me dijo al oido en el 65/66, tuve que vivir todo este tiempo para corroborarlo.

UN MALDITO MENSAJERO
Dylan es un ladrón, un mentiroso, un maldito mensajero que se sale siempre con la suya. Nos ha engañado una y otra vez. Desde que llegó a Nueva York diciendo que venía de vagabundear por el país cantando y trabajando en oficios duros, cuando en realidad acababa de salir de su familia de clase media judia semi-rural. Desde entonces hasta su último disco, Modern Times, en el que roba canciones enteras y las pone a su nombre (“The levee is gonna break” fue escrita por Menphis Minnie en los 20, “Rumbling and tumbling” también viene desde el fondo de la historia del blues, con versiones de, por ejemplo, Muddy Waters). En el mismo disco copia versos completos de un oscuro poeta sureño del siglo XIX, Henry Timrod. Para el que quiera saber más, en algún lugar de internet están las “Dylan annotated lyrics” y la “Dylan pool discussion” que vale la pena chequear. Según el máximo experto en Timrod, “Henry estaría contento de saber que sus versos, usados por Dylan, el más grande poeta del fin del siglo veinte, están en los labios de millones de personas, aunque no sepan que él los escribió originalmente.”
En realidad, Dylan hace y rehace una tradición del folklore del mundo entero, algo que el mismo Atahualpa Yupanqui (otro que inventó su nombre y su historia) reconoció siempre como un hilo invisible que une a los cantantes populares. Pete Seeger, uno de los maestros del joven Dylan, dijo:“Cuando empecé a escuchar a los cantantes de folk y de blues en el Village de Nueva York, me dí cuenta de que todos tomaban las canciones de otros, algunas muy antiguas, y las cambiaban a su gusto. Es un proceso viejo como la música…” Y Dylan hace poco aclaró: “Nunca pensé estar inventando nada. Simplemente tomaba una tradición y trabajaba sobre ella, nada especial…”
Cuando Dylan empezó, durante sus cuatro o cinco primeros años (1963-1968), era como un chamán, como un brujo, que captaba las energías y las transformaba para que todos pudieramos verlas. Según uno de sus compinches de los clubes folk:”En la vieja mitología irlandesa hablan de un ser que cambia de forma y es imposible de agarrar. Ese era Dylan. No era necesario para él ser una persona definitiva, terminada. Estaba poseído y cambiaba constantemente. Articulaba y ponía en palabras lo que el resto de nosotros quería decir y no podía”

PERDIDO EN EL SHOW BUSINESS
A Dylan no le interesa el show business pero está inevitablemente inmerso en el y lo navega como puede. En realidad, desde su accidente de moto a fines de los sesenta, cuando se lo dio por muerto o paralizado, aprovechó para desaparecer de la vista del publico y los medios. Se convirtió en una hosca leyenda. Jamás daba reportajes ni conferencias de prensa, y hoy ni siquiera habla en los conciertos, y apenas mira al público. Los primeros años, hasta el accidente, sus reuniones con los periodistas producian situaciones hilarantes en las que continuamente tomaba el pelo a la gente o confundía a la prensa. Se pueden ver esas burlas mediaticas en dos imperdibles peliculas: “Don´t look back” de Pennebaker, sobre su gira por Gran Bretaña en el 65 o en “No direction home” de Scorsese, sobre su gran salto creativo que cambió la historia de la musica popular. En ambas Dylan aparece perdido –a veces divertido, a veces irritado hasta la histeria- frente a las clasificaciónes y etiquetados absurdos que intenta colgarle el periodismo.
Es uno de los músicos que más plata gana en el mundo, y ha estado en el candelero por décadas, y sin embargo vive en la ruta, pasa la mayor parte del año en su Gira Interminable, viviendo de paso en pequeños hoteles y casas rodantes, tocando en pueblitos a los que no llega nadie, en una vida que parece no aterrizar nunca.
Tiene mansiones y campos en diversas partes de Estados Unidos, pero no va nunca, se la pasa en los estudios o en casas de amigos, y ya se sabe que le gusta componer y tocar la guitarra en los fondos de las casas, entre los yuyos del patio, oyendo los ruidos del barrio. Este es el tipo a quien le contratan las suites presidenciales de los hoteles cinco estrellas, pero llega caminando al estadio y se mete entre la gente como sucedió en Buenos Aires, cuando llegó a River a pie por los parques de Palermo. O cuando, en Ezeiza, tomó el primer taxi que encontró al salir, y el taxista ni se enteró de quién era.
Es el tipo que dijo:“ Yo no me siento especial. Nadie debería poner a otra persona en un pedestal. Eso puede destruir tu inteligencia y llevarte a la ignorancia, a confundirte con respecto al mundo. Entonces una persona deja de ser persona.”
El tipo, a pesar de ser el más grande y el más admirado, siente que tiene que seguir tocando, tocando para la gente porque para eso son sus canciones. Pero ya sin esperar nada, sin pedir nada, sin tratar de aclarar su mensaje o ni siquieta emocionar. Simplemente cantar sus canciones como le surge ese día.

UN CANTANTE “MALO”
Cada día canta distinto, improvisa, deforma. No hay dos recitales de Dylan iguales. Y es porque necesita recrear su repertorio para si mismo, para no aburrirse, para redescubrirlo. Hay días en que canta terriblemente mal, hay días en que canta increiblemente bien. Pero alguien dijo acertadamente que Dylan, tan criticado como vocalista, es un extraordinario cantante (a pesar de –o gracias a- su voz limitada y gangosa, sus desafinaciones, sus olvidos de letra y melodía...). Es grande porque transmite exactamente lo que quiere transmitir en cada ocasión. La prueba: a pesar de todo, nadie prefiere sus canciones cantadas por otro y eso que centenares de “buenos” cantantes lo han intentado, desde Joan Baez en los 60 hasta Brian Ferry en su insoportable disco del año pasado. La única excepción: “All along the watch tower” por Jimmy Hendrix.
Dylan se ha vuelto más gangoso y perezoso para cantar con cada año que pasa, ya casi parece sin ganas de esforzarse por demostrar nada. Y, obviamente, si hay alguien en el planeta que no necesita probar nada a nadie, ese es Bob Dylan. Y sin embargo, en los últimos discos arde en secreto con unas quemantes brasas, un fuego maduro. La oscuridad y densidad de su música asustan.
“Otros artistas se defienden con sus voces o sus estilos, pero mis canciones hablan por si mismas, y todo lo que yo tengo que hacer es expresarlas correctamente, y ellas harán lo que les corresponde”, dijo hace poco, explicando su tabajo, apartado de la gran producción del rock.

NI AQUI, NI ALLÁ, EN NINGÚN LADO
En sus últimos discos, Dylan describe un mundo que se disuelve a su alrededor, y ve su persona misma desintegrarse en la vejez y la cercanía de la muerte. Los críticos, como siempre, discuten sobre si es Dylan el que habla de su depresión o si es un personaje que ha creado. Siempre la misma duda que justifica películas y libros de centenares de páginas: ¿Es Dylan real? Ya se estrenó en el Norte la pelicula “I am not there” que trata de lidiar jusamente con los diversos personajes que es o simula ser Dylan. Actores como Richard Gere, Cate Blanchet y Heath Ledger tratan de pintar las distintas facetas de un tipo inatrapable, que no está aquí ni allá, que no está en ningún lado.
Pero el hombre ha vuelto a decir las cosas como son en toda su crudeza, tanto en su descripción de la decadencia personal (Time out of mind) como de la decadencia del mundo a su alrededor (Modern Times) Como dice Paul Williams en su exhaustiva biografía “Para mí, lo más impactante es la enorme confianza artistica de Dylan como compositor, lider de la banda y cantante. Si es así cuando las cosas se desintegran, yo quiero tomar de lo mismo que él está tomando.”
La condición humana se deshace entre los dedos de quien, según sus propias declaraciones, todavía no aprendió a escribir. “Yo sólo voy camino abajo sintiéndome mal, tratando de llegar al cielo antes de que cierren la puerta.”
“El hombre que hizo para la música popular lo que Einstein hizo para la ciencia” dijo la revista norteamericana Newsweek, asombrada por el regreso de Bob Dylan en los últimos años, con todos sus poderes intactos. Según el New York Times, “En los 60 Dylan le enseñó a los cantantes de folk cómo trascender los temas obvios y repetidos de la tradición, después le enseño a los compositores de rock a pensar un poco mas allá de la próxima chica. Sin querer, como resultado impensado de su búsqueda, creó nuevos géneros musicales que hoy florecen en miles de grupos: folk rock, country rock.” Antes de que, en 1965, Dylan enchufara el folk a la central energética del rock, nada de eso existía. El rock and roll, el folklore, la poesía moderna, el amor, la política, la literatura beat, el blues y el surrealismo estaban separados en compartimentos estancos. Dylan, sin declamaciones musicològicas ni análisis literarios, barajó todos esos elementos y dió de nuevo, cambiando para siempre la cultura contemporánea. Lo hizo sin anunciarlo, componiendo canciones, simplemente. Y es ese Dylan el que esta de vuelta y vamos a ver aquí en una nueva cumbre de su carrera, después de los Grammy´s, el Oscar, las péliculas, las biografias. Un tipo con su guitarra y sus canciones.
Dylan no fue ni nuestro maestro ni nuestro lider. Simplemente fue, y lo es todavía, una persona que crece y aprende en público, que no tiene miedo a cambiar. “Hay que estar siempre atento y no pensar que uno ha llegado al lugar en el que tiene que estar”, dijo hace poco. “Uno simpre está en un estado de flujo, de transformación, y mientras pueda aceptar eso, la pasará bien.”

lunes, 21 de mayo de 2012

MATANDO GILES EN LA TRASTIENDA



Tengo suerte, en los últimos años me tocaron casi sólo buenos recitales de Charly. Recuerdo a principios de la década, un Obras vestido de blanco, el primero de una serie que prometía recorrer toda su historia, y que fue relativamente prolijo y desgranó una larga hilera de sus mejores temas..  Aparentemente el tercero de esa serie terminó violenta y escandalosamente, borrando toda esperanza del murmurado “parece que Charly ahora está bien” que se repetía en esos días.
Después de seguir toda su carrera desde Sui Generis hasta los noventa, acompañarlo en algunas giras, después de hacerle reportajes por cada disco y vivir la locura de muchos back stages, desde Say No More me había tomado unas vacaciones de García, a partir de un Roxy (aquel sótano claustrofóbico  en Congreso), en el que reinó el caos y Charly se regodeó en los fans más jóvenes que  le festejaban todas las piruetas cirqueras y los maltratos al público. Aquello para mí fue como una saturación. Decidí hacer una pausa, dejando pasar los escándalos bajo el puente. 
Pero mi hija menor se volvió fanática justo cuando yo abandoné el vicio García. Sus discos empezaron a sonar en casa desordenadamente, al estilo mp3, sin estar necesariamente organizados en épocas, en álbumes, sin lógica aparente. Para un periodista eso es desesperante, y tuve muchas discusiones con Julia, insistiéndole en que cada canción pertenece a un tiempo y a una situación cultural y social. A Julia le daba lo mismo. A ella le pegaba Charly. Pero no sólo el personaje, sino las canciones, las letras, el clima, el humor. Incluso el par de veces que se lo presenté no le resultó interesante. Charly para ella eran las canciones, que expresaban cosas que sentía propias aunque no entendiera del todo. No se enganchó con la anécdota y el personaje, aunque estuviera todo pintado de rojo con las uñas negras y toda la mise en scene de la época habitual de Say no more.
Hay como un abismo generacional alrededor de García. Los que venimos por años admirando al García sociólogo/profeta, el tipo que dijo siempre la justa y plasmó el espíritu de cada época en discos y shows memorables, estamos en un lado. Del otro lado, los que lo conocieron como un personaje libre, en guerra contra el mundo, encendido y gastado por substancias y líquidos de todo tipo, en una especie de universo propio, un tren disparado hacia lo desconocido. Para los chicos, nuestra versión “sociólogo” se parece a sus padres, a lo que les enseñan en la escuela, a lo que predican los canales de televisión y los programas de radio. El personaje libre, el Say No More, en cambio, está tan lejos de sus padres como Jimy Hendrix estaba de los míos. Y yo, como padre, lo reconozco. Está en un mundo de libertad, venga lo que venga. En estos tiempos en los que logramos que el rock sea finalmente aceptado como parte de la “cultura”, Charly se había desmarcado de eso, quedando una vez más por fuera de los carriles bien-pensantes.
Una noche Julia me convenció de acompañarla a verlo, esta vez en la Trastienda, presentando su malogrado disco Kill Gil. Fui sin expectativas, con el permanente temor a la frustación que provocan los recitales de Charly de la última década.
Ya me gustó que la entrada propusiera “Olvidate del rock nacional” y que el escenario de La Trastienda, que parecía más pequeño que de costumbre, estuviera oculto detrás de un nylon transparente. Una escenografía improvisada pero llena de misterio. A diferencia de la mayor parte del rock nacional ya domesticado por la industria,  con Charly uno siempre se pregunta “¿Qué pasará esta vez?”.
Charly entró con una capucha que le daba un aire tétrico y, de espaldas al público, atacó los temas de Kill Gil, que yo no había escuchado pero que sonaron potentes aunque caóticos.
Mientras Charly cantaba una chica de túnica negra y una especie de chador musulmán que sólo permitía verle los ojos, pintaba frases como “I hate New York” y dibujos en el nylon, creando un telón en el que se reflejaban luces y colores. Tras el nylon, Charly y los músicos chilenos Kiushe Hayashida en guitarra, Tonio Silva Peña en batería y Carlos González en bajo, tocaban a todo volumen y muy desprolijamente los temas de Kill Gil.
Con un whisky en la mano, le dedicó a su madre "Corazón de hormigón" que, según dijo, fue la primera canción que compuso en su vida, a los nueve años. "El corazón es blando/ el corazón perdona/ pero tu corazón parece de hormigón./ Por eso a ti te pido/ ablandá tu corazón", entonaba Charly, burlón, poniendo una vez más sus conflictos familiares en el escenario. Para completar la parentela, le dedicó el tema “Pastillas” a su hijo Miguel.
Pude reconocer una excelente versión de “Mirando las ruedas” de Lennon, un tema que parece escrito por John para Charly  y que él ha traducido –en todos los sentidos- muy bien: “Dicen que estoy loco/ haga lo que haga/ y me dan cantidad de consejos/ buenos para nada./ Cuando digo que estoy bien/ me miran sin entender,/ ´¿Cómo podés ser feliz/ si no estás en nuestro tren?´”  Para rematar el tema Charly se bajó pantalones y calzoncillos (la larga camisola tapándole las partes pudendas) y mostró el culo al salir por bambalinas para el intervalo.
¿Qué podía pasar a partir del culo, que siempre marca el comienzo de la hecatombe García? Música poderosa. Charly atacó “Demoliendo hoteles”, que marcó el comienzo de una seguidilla de grandes temas interpretados con ardor y desprolijidad: “Influencia”, “Vicio” (que anunció con un “ahora viene la parte de ´Bailando por un sueldo´ mientras se refregaba con el pie del micrófono como si estuviera en el baile del caño) “Adela en el carrousel” y otros, tocados todos con furia.  A esta altura, todos estábamos aceptando que el “happening García” nos había envuelto en su vorágine, y valía la pena. Para confirmarlo, Garcia, de impecable traje blanco, cantó sólo al piano una conmovedora versión de “Desarma y sangra” que me hizo pensar que cuando quiere, vuelve con todo.  El remate fue, por supuesto, un violento rock and roll con Juanse de invitado, que ambos cerraron tirándose sobre el público que ardía de entusiasmo.
A la salida, tumultuosa y feliz, me reencontré con Julia, que se había perdido en el pogo junto al escenario. Y me surgió una frase: “Digan lo que digan, este tipo está más vivo que todos nosotros”.

viernes, 18 de mayo de 2012

EL APOCALIPSIS DE LOS CABECITAS NEGRAS


 En la época de la dictadura, cuando hacíamos el Expreso Imaginario, pensábamos: “si no se puede hablar libremente, podemos buscar metáforas para decir las cosas”. Lo mismo hizo en esos días Spinetta con “Las Golondrinas de Plaza de Mayo”, y León con muchas canciones, por ejemplo, el “Tema de los mosquitos”. Charly llevó esa técnica a una gran sofisticación, empezando ya en la época de Isabelita en el último disco de Sui, con “Tango en segunda” o “Música de fondo para cualquier  fiesta animada”.  Ya en la dictadura hablaba de la represión en su “Qué se puede hacer salvo ver películas” y del miedo en “No te  dejes desanimar”. Las metáforas llegaron a su cumbre en Serú Girán, con “Alicia en el país” y “Los dinosaurios”. De la misma manera,  el Expreso exploró los problemas ecológicos y el estado de las culturas indígenas, como síntomas de la sociedad en general. Si no podés decir “Esta es una sociedad injusta, explotadora, represora”, podés hablar del abandono de los mapuches o la destrucción de los bosques, que son otras facetas de la  misma enfermedad. Porque durante la dictadura los militantes sociales y políticos fueron masacrados por un gobierno sangriento, pero los pueblos indígenas fueron y son masacrados por todos los gobiernos, incluyendo las democracias de hoy. Los bosques perfumados y los ríos cristalinos desaparecen sin interrupción, no solamente bajo los gobiernos llamados “de derecha”.
Si uno quiere  medir la evolución de una sociedad no tiene más que averiguar en internet si se están protegiendo las napas de agua potable, si se cuidan los bosques y los ríos, si se están integrando los pueblos originarios y las minorías. Nuestro trato de los wichis y los tobas es un síntoma, y puede funcionar como una metáfora, de nuestra visión del mundo y del tipo de cultura que estamos creando.
Si, como pasa hoy en la Argentina, los cabecitas negras están acorralados en los barrios marginales, obligados a una lucha a muerte cotidiana para simplemente sobrevivir hasta el día siguiente, eso alcanza para saber que no estamos en una sociedad “progresista”, por más que los discursos digan lo contrario.
De nada sirve llenarse la boca con grandes palabras como “distribución de la riqueza” o “sociedad de la inclusión”, si los chicos tobas mueren como moscas por enfermedades evitables y hambre. Hambre simple y llano. Algunos chicos hambrientos están en el árido desierto en que se está convirtiendo la ex selva biodiversa del Impenetrable, lejos de nuestra vista, perdidos y abandonados. Pero otros están en la puerta de tu casa y la puerta de la mía, durmiendo en los zaguanes, pidiendo en los semáforos, buscándose la vida como pueden. Hay cientos de miles de chicos en las calles argentinas, chicos que no aparecen en las cifras del Indec ni en los titulares de los diarios, pero son una “noticia” clara y visible para cualquiera con los ojos abiertos.  Esos chicos,- que seguramente no son rubios de ojos celestes-, descalzos y  sucios en el hollín y la basura de las calles, no son “vagos” ni están allí por propia elección. Somos nosotros los que los arrinconamos en las veredas destruidas. Somos nosotros los que no los “incluimos”. Somos nosotros los que no les “distribuimos la riqueza” ni les alcanzamos su tajada del superávit fiscal.
La sociedad argentina, que siempre se consideró tolerante y moderna, es hoy un hervidero de confrontación racista, marginación y atraso. La sociedad de clase media en la que jugábamos tranquilos a la pelota en la calle es hoy una sociedad polarizada y rabiosa, en la que esos chicos no tienen oportunidad de salir de su círculo vicioso de pobreza, paco y entrenamiento para el crimen. Generaciones enteras están siendo condenadas al semi-analfabetismo. Y nosotros seguimos con nuestras vidas como si eso sucediera en otro planeta, en una galaxia muy lejana…

LAS CICATRICES DE LA TIERRA
En toda la zona cordillerana, desde Jujuy a Tierra del Fuego, de este y del otro lado de los Andes, la minería a cielo abierto está comenzando a dejar enormes cicatrices en los valles y las cuencas de los ríos, destruyendo montañas enteras en busca de oro, plata, cobre y uranio.  Las leyes menemistas de estimulo a la minería en gran escala, que no han sido derogadas por ningún gobierno posterior, trajeron enormes inversiones para la búsqueda de minerales valiosos, especialmente oro, que es el mejor negocio minero del mundo, y también el más contaminante. Esas explotaciones tienen estímulos fiscales, no pagan impuestos, los gobiernos locales las apoyan con infraestructura de caminos y servicios, pueden exportar todas sus ganancias sin pagar retenciones, no tienen ningún control serio de impacto ambiental. Son la niña mimada de todos los gobiernos en la última década y pico. Y, extrañamente, esas explotaciones no contaminan el medio ambiente y destruyen el paisaje de las zonas “civilizadas” del país. Están siempre cerca de una reserva o población indígena, sea mapuche, toba, wichi o de cualquier otra nación. Da la casualidad de que esos pueblos son los que están en tierras fiscales, o de difícil dominio, han sido barridos a esos márgenes en los que están los desiertos y los minerales.
Ya en marzo del 2003, un dirigente mapuche de Esquel, Ambrosio Ainqueo, le pidió al entonces presidente Eduardo Duhalde que detuviera el proyecto minero de la Meridian Gold, una corporación multinacional con base en Canadá. “Sr Presidente”, dijo el “Lonco” (Cacique) Ainqueo, “si la mina se hace, se enferma el agua, el aire, se enferman los pescados, los árboles. ... La única solución es que esto se suspenda.”  Ambrosio habló en el Primer Encuentro Nacional de Pueblos Originarios,  citado por Duhalde en la residencia de Olivos. Desde entonces los proyectos mineros como los de la Meridian Gold y la Barrick Gold han crecido en todo el país, sin traer inversiones ni trabajo para las poblaciones locales.
Y hablando de poblaciones locales, las promesas de progreso que traerían las explotaciones mineras parecen no haber resultado ciertas. En octubre pasado, el intendente de Andalgala, la población catamarqueña en la que se  ubica el emprendimiento minero La Alumbrera, declaró a la localidad al borde de la quiebra. Un habitante dijo: “No hay trabajo estable, ni vivienda digna, ni cobertura médica, mientras a metros de nuestra ciudad  pasa el oro, el cobre, la plata que van a parar a los países ricos del norte sin dejar algo para la gente de aquí”.
Hay estudios que dicen que hoy, un anillo de oro genera 20 toneladas de residuos. Por
ejemplo, el proyecto minero Pascua Lama, de la empresa canadiense Barrick Gold, que está explotando los Andes a la altura de  Esquel, del lado argentino y también del chileno, fue denunciada por instalar un “depósito de estériles” en el nacimiento del rio Huasco, en Chile. La denuncia dice que “por ‘estériles’ la empresa no habla de materiales inocuos, sino de todos los materiales extraídos de la montaña  que para la empresa no tienen valor económico entre los que se pueden hallar minerales altamente peligrosos y contaminantes como el mercurio”. Ese depósito, en la naciente de un río, contamina todo el curso de agua dejándolo inutilizable para la bebida de personas, animales o para el riego. Dicen que en el norte, Catamarca, San Juan y otras provincias, ya casi no queda agua potable, contaminadas las napas y los ríos por el arsénico utilizado para extraer el oro y  los tóxicos resultantes de la minería, como el mercurio.
Pero estos horrores suceden lejos de nuestra vista, lejos de nuestra vida cotidiana, lejos de los centros poblados. Y no salen en los diarios ni en el noticiero de televisión. Son cosas que parece que no existieran porque nadie las nombra. Y después de todo, le pasan a las comunidades mapuches del sur, a los cabecitas negras, a la gente que, como ese chico tirado en el zaguán, ya  no le importa a nadie. Y no son metáforas.