Tengo suerte, en los últimos años me tocaron casi
sólo buenos recitales de Charly. Recuerdo a principios de la década, un Obras
vestido de blanco, el primero de una serie que prometía recorrer toda su
historia, y que fue relativamente prolijo y desgranó una larga hilera de sus
mejores temas.. Aparentemente el tercero
de esa serie terminó violenta y escandalosamente, borrando toda esperanza del
murmurado “parece que Charly ahora está bien” que se repetía en esos días.
Después de seguir toda su carrera desde Sui Generis
hasta los noventa, acompañarlo en algunas giras, después de hacerle reportajes
por cada disco y vivir la locura de muchos back stages, desde Say No More me
había tomado unas vacaciones de García, a partir de un Roxy (aquel sótano claustrofóbico
en Congreso), en el que reinó el caos y
Charly se regodeó en los fans más jóvenes que
le festejaban todas las piruetas cirqueras y los maltratos al público.
Aquello para mí fue como una saturación. Decidí hacer una pausa, dejando pasar
los escándalos bajo el puente.
Pero mi hija menor se volvió fanática justo cuando
yo abandoné el vicio García. Sus discos empezaron a sonar en casa
desordenadamente, al estilo mp3, sin estar necesariamente organizados en
épocas, en álbumes, sin lógica aparente. Para un periodista eso es
desesperante, y tuve muchas discusiones con Julia, insistiéndole en que cada
canción pertenece a un tiempo y a una situación cultural y social. A Julia le
daba lo mismo. A ella le pegaba Charly. Pero no sólo el personaje, sino las
canciones, las letras, el clima, el humor. Incluso el par de veces que se lo
presenté no le resultó interesante. Charly para ella eran las canciones, que
expresaban cosas que sentía propias aunque no entendiera del todo. No se enganchó
con la anécdota y el personaje, aunque estuviera todo pintado de rojo con las
uñas negras y toda la mise en scene de la época habitual de Say no more.
Hay como un abismo generacional alrededor de
García. Los que venimos por años admirando al García sociólogo/profeta, el tipo
que dijo siempre la justa y plasmó el espíritu de cada época en discos y shows
memorables, estamos en un lado. Del otro lado, los que lo conocieron como un
personaje libre, en guerra contra el mundo, encendido y gastado por substancias
y líquidos de todo tipo, en una especie de universo propio, un tren disparado
hacia lo desconocido. Para los chicos, nuestra versión “sociólogo” se parece a
sus padres, a lo que les enseñan en la escuela, a lo que predican los canales
de televisión y los programas de radio. El personaje libre, el Say No More, en
cambio, está tan lejos de sus padres como Jimy Hendrix estaba de los míos. Y
yo, como padre, lo reconozco. Está en un mundo de libertad, venga lo que venga.
En estos tiempos en los que logramos que el rock sea finalmente aceptado como
parte de la “cultura”, Charly se había desmarcado de eso, quedando una vez más
por fuera de los carriles bien-pensantes.
Una noche Julia me convenció de acompañarla a
verlo, esta vez en la Trastienda, presentando su malogrado disco Kill Gil. Fui
sin expectativas, con el permanente temor a la frustación que provocan los
recitales de Charly de la última década.
Ya me gustó que la entrada propusiera “Olvidate del
rock nacional” y que el escenario de La Trastienda, que parecía más pequeño que
de costumbre, estuviera oculto detrás de un nylon transparente. Una escenografía
improvisada pero llena de misterio. A diferencia de la mayor parte del rock
nacional ya domesticado por la industria,
con Charly uno siempre se pregunta “¿Qué pasará esta vez?”.
Charly entró con una capucha que le daba un aire
tétrico y, de espaldas al público, atacó los temas de Kill Gil, que yo no había
escuchado pero que sonaron potentes aunque caóticos.
Mientras
Charly cantaba una chica de túnica negra y una especie de chador musulmán que
sólo permitía verle los ojos, pintaba frases como “I hate New York” y dibujos
en el nylon, creando un telón en el que se reflejaban luces y colores. Tras el
nylon, Charly y los músicos chilenos Kiushe Hayashida en guitarra, Tonio Silva
Peña en batería y Carlos González en bajo, tocaban a todo volumen y muy
desprolijamente los temas de Kill Gil.
Con un whisky
en la mano, le dedicó a su madre "Corazón de hormigón" que, según dijo,
fue la primera canción que compuso en su vida, a los nueve años. "El
corazón es blando/ el corazón perdona/ pero tu corazón parece de hormigón./ Por
eso a ti te pido/ ablandá tu corazón", entonaba Charly, burlón, poniendo
una vez más sus conflictos familiares en el escenario. Para completar la
parentela, le dedicó el tema “Pastillas” a su hijo Miguel.
Pude
reconocer una excelente versión de “Mirando las ruedas” de Lennon, un tema que
parece escrito por John para Charly y que
él ha traducido –en todos los sentidos- muy bien: “Dicen que estoy loco/ haga
lo que haga/ y me dan cantidad de consejos/ buenos para nada./ Cuando digo que
estoy bien/ me miran sin entender,/ ´¿Cómo podés ser feliz/ si no estás en
nuestro tren?´” Para rematar el tema
Charly se bajó pantalones y calzoncillos (la larga camisola tapándole las
partes pudendas) y mostró el culo al salir por bambalinas para el intervalo.
¿Qué podía
pasar a partir del culo, que siempre marca el comienzo de la hecatombe García? Música
poderosa. Charly atacó “Demoliendo hoteles”, que marcó el comienzo de una
seguidilla de grandes temas interpretados con ardor y desprolijidad: “Influencia”,
“Vicio” (que anunció con un “ahora viene la parte de ´Bailando por un sueldo´
mientras se refregaba con el pie del micrófono como si estuviera en el baile
del caño) “Adela en el carrousel” y otros, tocados todos con furia. A esta altura, todos estábamos aceptando que
el “happening García” nos había envuelto en su vorágine, y valía la pena. Para
confirmarlo, Garcia, de impecable traje blanco, cantó sólo al piano una
conmovedora versión de “Desarma y sangra” que me hizo pensar que cuando quiere,
vuelve con todo. El remate fue, por
supuesto, un violento rock and roll con Juanse de invitado, que ambos cerraron
tirándose sobre el público que ardía de entusiasmo.
A la salida,
tumultuosa y feliz, me reencontré con Julia, que se había perdido en el pogo
junto al escenario. Y me surgió una frase: “Digan lo que digan, este tipo está
más vivo que todos nosotros”.
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